El adverso panorama económico que venimos atravesando desde mediados del 2008 se ha traducido en una merma significativa en lo que a cierre de empresas y pérdida consecuente de empleo se refiere. En este contexto, la competitividad del proyecto empresarial se erige como uno de los principales retos a los que se enfrenta el tejido empresarial hoy en día.

Entre las variables que condicionan esta cuestión encontramos una que es recurrente: cómo ser más competitivo si mi reducida dimensión frente a una competencia globalizada limita mis capacidades de crecimiento, el acceso a la financiación y el desarrollo de nuevos mercados.

Las colaboraciones y alianzas puntuales empleadas entre las empresas como mecanismo de defensa o apertura a nuevos mercados no suelen perdurar en el tiempo y se antojan insuficientes en el escenario competitivo actual. La coyuntura económica reciente está obligando a las empresas a buscar soluciones de “mayor calado” y trascendencia. Es momento de que el tejido empresarial se plantee cambios estratégicos radicales que ayuden a sortear la crisis. Entre dichos cambios, los procesos de consolidación sectorial, vía operaciones de integración, concentración o convergencia de empresas, destaca por ser una solución de continuidad empresarial en el medio y largo plazo, Sobre la base de la suma de las capacidades empresariales, estos procesos persiguen poner en valor un nuevo proyecto empresarial de mayor dimensión, con los medios (financieros, humanos, tecnológicos, …) y capacidades adecuados para llevar a cabo estrategias empresariales orientadas a la internacionalización, a la innovación y a la mejora de la posición competitiva, entre otras.